Con textos inéditos en español y diversos ensayos sobre su legado, Un mundo en miniatura recuerda y rinde homenaje a la escritora austriaca Ilse Aichinger. Lo publicó el año pasado por el centenario de su nacimiento La moderna editora, pero esta autora merece ser recordada más allá de la ocasión que puede brindar la efeméride.
La esperanza más grande de Ilse Aichinger (1921-2016) se había desvanecido ya en 1948, cuando apareció la novela que llevaba ese título. Para entonces sabía que no volvería a encontrar con vida a su abuela, a sus parientes de origen judío, deportados de Viena y asesinados en los campos de concentración nazis. Para entonces sabía que ni su madre ni la vida de su madre, médica de profesión, volvería a ser la misma. Tampoco ella ni nadie volverían a ser los mismos, después de la anexión de Austria por los nazis y la Segunda Guerra Mundial, porque tampoco el mundo volvería a ser el mismo. Para entonces su hermana melliza se había separado del núcleo familiar que formaban ella y su madre, divorciada de su padre cinco años después del doble alumbramiento el 1 de noviembre de 1921. No sabía cuándo ni dónde volvería a verla; si es que volvía a verla.
Para entonces Ilse Aichinger se había convertido prematuramente en cabeza de familia, en madre de su madre, teniendo que velar por ella, esconderla en una pequeña habitación, ubicada justo enfrente de la sede de la Gestapo, en la Morzinplatz de Viena, como explica Vera Reisner, directora del Foro cultural de Austria en Madrid. Esta entidad, junto con la editorial extremeña La Moderna, publicaron a finales de 2021 un libro que conmemoraba el centenario del nacimiento de Aichinger. Su título, Un mundo en miniatura. Cien años de Ilse Aichinger, hacía referencia a ese periodo en el que el tiempo se detuvo y una Ilse adolescente tuvo que asumir la carga de un inexplicable y terrorífico mundo adulto. A cambio, la literatura que estaba germinando en ella y que escribirá a partir de entonces permanecerá fiel a ciertos rasgos infantiles.
Los editores, el germanista José Aníbal Campos y el investigador Christian Kloyber lo explican de esta forma: “(…) el mundo de la imaginación infantil no es, como tantas veces lo descalifica la estupidez de adultos cautivos en sus condicionamientos sociales y sus taras individuales, un universo ‘insensato’ sino más bien un estado ‘pre-sensato’, anterior a toda ‘sensatez’ aprendida a través de coacciones impuestas (…). Y son esas poderosas fuerzas de la infancia las que, a nuestro juicio, generan ese sosiego ante el horror que no es indiferencia ni un ‘no querer ver’, sino un conocimiento precoz, exacto, de la condición humana”. Esa sabia por anticipado es ya Ilse Aichinger a los veinte años e incluso antes.
Llamamiento a la desconfianza (empezado por uno mismo)
Quizá a ese estado de pre-sensatez, que refieren los coordinadores, y a esa confianza en lo imposible, de la que solo los niños son capaces, se deba el hecho de que la escritora soliera describir la Segunda Guerra Mundial como la época más feliz y esperanzadora de su vida. Lo fue mientras desconocía el destino de los miembros deportados de su familia y pensaba volver a verlos. La cruda realidad llegó después de la contienda, cuando recibió la noticia de que habían sido asesinados en campos de concentración. Entonces surgió la desconfianza asentándose, tomando cuerpo: la literatura de Ilse Aichinger sería, a partir de ese momento, un continuo ir y venir, un bello forcejeo entre las fuerzas de la esperanza y la desconfianza.
Uno de los textos paradigmáticos en este sentido se incluye entre los tres inéditos que presenta Un mundo en miniatura. Apareció en 1946 en la revista literaria PLAN y se titula justamente Llamamiento a la desconfianza. Lo es, pero como explica la autora, no es un llamamiento a la desconfianza hacia los demás de la que tan generosa como desastrosa dosis habían tenido ya los alemanes, sino hacia uno mismo, hacia lo más profundo de cada uno de nosotros. Ella lo trata como una especie de vacuna que, poniéndonos en guardia contra nosotros mismos, consiguiera lograr cierto progreso moral: “Tenemos que desconfiar de nosotros mismos. ¡De la pureza de nuestras intenciones, de la profundidad de nuestros pensamientos, de la bondad de nuestros actos! ¡Tenemos que desconfiar de nuestra propia veracidad!”.
La autora echa la vista atrás y refiere cómo esa desconfianza que defiende como protección se solía emplear “para estar a salvo de los descontentos, de los hambrientos. Pero nadie se protegía a sí mismo. Así, libre e inadvertida, creció la bestia de generación en generación. ¡La hemos conocido! ¡La hemos padecido a nuestro alrededor, a nuestro lado, y quizá también en nosotros mismos!”.
Es el año 1946, aún no se conocen los detalles de la barbarie y Aichinger advierte estupefacta a sus aún no repuestos contemporáneos: “¡Y sin embargo estamos dispuestos de nuevo a mostrarnos seguros y arrogantes, a coquetear con nuestras virtudes! ¡Apenas hemos aprendido a alzar de nuevo la mirada y ya sabemos despreciar y renegar!”. Su conclusión revela su esperanza: “¡Desconfiemos de nosotros mismos para ser más dignos de confianza!”.
Brutalidad del lenguaje
Traducido por Nieves Trabanco, este es uno de los reveladores textos inéditos que incluye Un mundo en miniatura. Los otros dos son una carta “en cierto modo dirigida al más allá” titulada ¡Stefan Zweig, por favor!, en traducción de Neila García, para expresar el agradecimiento de los jóvenes –y de Aichinger en particular– a este autor cuya literatura les consoló en tiempos difíciles; y el relato de expresivo título ¡Querido enemigo!, sobre la percepción y el papel de los antiguos enemigos convertidos en salvadores tras la liberación. Este último, traducido por la mexicana Lorel Manzano.
Aparte de los textos de Aichinger, todos de su primera etapa, esta obra permite conocer mejor tanto el resto de la obra en prosa y verso de la autora como su personal universo a través de las aproximaciones de seis colaboradores. En este sentido destaca la aportación de Rosa Marta Gómez Pato, quien expone, entre otros asuntos relacionados principalmente con la traducción –ella es la traductora al español del libro de poemas de Aichinger Consejo regalado– la traslación de esa desconfianza hacia el lenguaje. ¡Cómo iba a estar exenta de ella la lengua de los asesinos! “La brutalidad es un procedimiento lingüístico: dependencias policiales, cárceles, unidades de servicio o apoyo, hospitales, el lenguaje nos conduce al precipicio”, afirma Aichinger. “Sus textos expresan una protesta radical contra todas las opresiones e incitan a que el lector medite sobre el mundo circundante, construido por nosotros mismos”, afirma Gómez Pato.
Una réplica al mundo
Hay aproximaciones más académicas como la de Wolfgang Hildesheimer o más personales como la de Anna Baar. Por su carácter como testimonio y fuente directa merece destacarse el intercambio mantenido con Brita Steinwendtner. Se trata de una entrevista reproducida en el libro con el título Preguntas en una carta. Una conversación con Ilse Aichinger. La esperanza está presente desde la primera pregunta, en la segunda, Steinwendtner va directa al grano: “¿Cuál sería, concretamente, esa ‘esperanza más grande’ de la novela homónima?”. Aichinger responde también de forma directa: “Una esperanza que, a diferencia de las grandes esperanzas habituales, incluya la posible irrealización de los anhelos. Hay anhelos que han de quedar en suspenso, de lo contrario desaprendemos lo que es anhelar y una pérdida de esa índole no se podría compensar”.
El libro se completa con la comparación que establece Dolors Sabaté entre Aichinger y Frida Kahlo y el retrato en pareja que hace Katja Gasser de la autora y el que fuera su marido, el también escritor Günter Eich.
El resultado es una obra caleidoscópica sobre una autora no muy conocida en España, con poca obra traducida y cuya obra merece ser celebrada por su actualidad, su contundencia y su resistencia. Lo evidencian respuestas como esta que da, en la entrevista incluida en Un mundo en miniatura, a la pregunta sobre su indignación y su decir ‘no’… ¿a qué?: “A la opinión tan común que acepta que ‘así sean las cosas’, que admite sin cuestionarse lo que encuentra ya dado. El mundo exige réplica, requiere oposición (…). Aceptar algo por ser como es sigue constituyendo un error de consecuencias devastadoras”. Ella era así y escribía así. Sus palabras siguen sonando todavía hoy enérgicas, precisas, necesarias.