En el exitoso ensayo El infinito en un junco, Irene Vallejo recupera
–entre otras muchas historias de libros– la de Bohumil Hrabal y su obra Una soledad demasiado ruidosa. En ella, el protagonista tritura papel y prepara balas donde no puede evitar dejar su impronta. Lo hace a mano, con cariño y una pizca de subversión. Es el último que podrá desempeñar este oficio porque tanto las prensas mecánicas como sus eficientes operarios se aprestan al relevo, trayendo noticias de los nuevos tiempos. Unos nuevos tiempos que inundan de incertidumbre, como siempre lo han hecho, los trabajos que tienen que ver con el libro, pero que acabarán doblegados, como siempre ha ocurrido, en el momento en el que alguien abra un libro y lea.