El relato era el fuego

Sexto piso recoge en El fuego y el relato diez ensayos que llevan no solo la firma, sino el sello de Giorgio Agamben: detalles deslumbrantes, profundidad en el análisis y una inagotable capacidad de relación que abarca todos los campos de la cultura.

Para empezar, una especie de cuento… Con él se inicia el ensayo que da título al libro.

Cuando Baal Shem quería resolver un problema difícil, se retiraba al bosque, encendía un fuego, rezaba, y, así, absorto en su meditación, resolvía el problema. Cuando una generación después, el Maggíd de Meseritz se encontraba en una situación parecida, iba al mismo lugar en el bosque y se decía: ya no sabemos encender el fuego, pero podemos decir las plegarias. Y el problema se resolvía. Más tarde ya no se sabía encender el fuego ni se conocían las plegarias, pero bastaba con encontrarse en ese lugar del bosque para resolver el conflicto. Al final, el rabino Yisra’èl de Rischin a la hora de afrontar el problema, se quedó sentado en una silla dorada, en su castillo, y dijo: no podemos hacer el fuego, no podemos decir las plegarias, y no conocemos más el lugar en el bosque, pero podemos contar una historia. Y una vez más, frente al problema, eso bastaba.

Esa es la historia que Scholem, el historiador israelí, cuenta en su libro dedicado a la mística judía. Ilustra a la perfección lo que a continuación, en El fuego y el relato, defiende Agamben, el filósofo italiano experto en Benjamin, Foucault, Derrida… y en tantos otros nombres y campos que tienen que con la cultura. Efectivamente la literatura, la historia de la literatura, es el intento de recuperar aquel fuego. Intento tan vano (¿quién puede asir las llamas?), como eficaz: el objetivo se cumple por obra y gracia de la narración, el problema se resuelve, el misterio se revela: el fuego era el relato (y al revés). A similar conclusión llega al analizar el funcionamiento de las parábolas: “quien se obstina en mantener la distinción entre realidad y parábola no ha comprendido el sentido de la parábola. Volverse parábola significa comprender que no existe una diferencia entre la palabra del reino y el reino, entre el discurso y la realidad”. Y más allá, dirá “hacer parábolas es simplemente hablar».

«El fuego y el relato», de Giorgio Agamben. Traducido por Ernesto Kavi. Editorial Sexto piso

Los caminos de la literatura, el embrujo y los desmanes del lenguaje, el misterio de la creación, la dificultad de leer… Agamben despliega en los diez ensayos diversas tramas que evidencian sin excesos y sin exhibicionismo el espectáculo de su cultura, su avidez intelectual, su sorprendente capacidad de reparar en los detalles y de relacionar. El breve ensayo titulado Mysterium burocraticum, por ejemplo, arranca con la escena del proceso de Eichmann en Jerusalén, ese “ciudadano generalmente bienintencionado” que en horas laborales trataba de optimizar las cámaras de gas. Desmiente Agamben a continuación a Nietzsche y a Dostoievsky, alarmistas que consideraron que, muerto Dios, el ser humano se volvería un monstruo a tiempo completo… No pasó mucho salvo aquellos “muchachos aparentemente buenos que en una escuela de Colorado la emprenden a tiros con sus compañeros”. Son la excepción y no la regla, como subraya Agamben. Por lo general, al ser humano le basta con la rutina de la “existencia metropolitana, con su infinidad de dispositivos desobjetivantes y sus éxtasis baratos e inconscientes….”. Eichmann era la excepción y la regla, encarnaba ese misterio al que hace referencia el título, se declaraba inocente, pero también afirmaba haber estado allí. En el lenguaje se hacía víctima y verdugo y por eso “el proceso siempre está en curso, porque el hombre no cesa de devenir humano y de permanecer inhumano, de entrar y salir de la humanidad”.

El libro avanza analizando el acto de creación “como un campo de fuerzas en tensión entre potencia e impotencia, entre poder y poder no-actuar y resistir”; el vórtice como posible concepto lingüístico; las consecuencias de haber retirado a Dios de la lengua de los seres humanos o el imposible judaísmo geográfico del poeta Paul Celan. ¿Difícil? Sí. ¿Específico? También, pero no todo van a ser historias de detectives. Como dice una de las citas (es de Emanuele Trevi) de la contraportada –con contenido, para variar–: “Como siempre que se cierra un libro de Agamben, la sensación es la de bajar de una alfombra mágica. La fiesta ha terminado: bienvenidos a la estación de los premios literarios, de la última novela negra del viejo maestro, de la nueva saga familiar de la joven promesa. Una pregunta surge espontáneamente ¿quién nos impide quedarnos allá arriba, en compañía de Agamben?”.

 

Publicado por

Pilar Gómez Rodríguez

Periodista cultural. Escribo sobre filosofía, literatura, arte, diseño arquitectura... Los libros casi siempre andan por ahí. Publico en digitales y medios impresos como La maleta de Portbou, Coolt, El Salto, Nueva Revista, La Marea... Colaboro con publicaciones como “Diseño interior”, “La aventura de la Historia” o “Descubrir el Arte”. Y soy escritora. Autora de tres obras publicadas: los libros de relatos "Siete paradas en el país de las sombras", en Edaf; "La carretera de los perros atropellados" en Xorki; y la novela "La otra vida de Egon", en Gadir. Me encontráis en letrasyfilo@gmail.com

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