Natalia Ginzburg.

La vocación de Natalia Ginzburg

Natalia Ginzburg escribía de cerca, sobre lo que le pasaba a ella y a los que conocían, lo que le reportaría una inmerecida fama de autora menor, de segunda. Nunca le importó, solo le importaba escribir, seguir, ser fiel a su vocación… Es uno de los términos clave para entender su vida, una vida que no separaba de su obra porque «si nosotros mismos tenemos una vocación, si no la hemos traicionado, si hemos continuado a través de los años amándola, sirviéndola con pasión, podemos mantener alejados de nuestro corazón, en el amor que sentimos por nuestros hijos, el sentido de la propiedad».

Quizá el problema fue que ella misma, tan aficionada a la verdad, hacía declaraciones como esta, que además dejaba por escrito: “Yo no he sabido formarme una cultura de nada, ni siquiera de las cosas que más he amado en mi vida: han quedado en mí como imágenes dispersas, alimentando mi vida de recuerdos y emociones, sí, pero sin colmar el vacío, el desierto de mi cultura”. El asunto es cómo trabajó y trabó de forma incansable esas imágenes dispersas hasta componer relatos que posteriormente tomaron distinta forma literaria en ensayos, novelas, diarios, crónicas… Porque una cosa sí tenía muy clara. Más allá del éxito y reconocimiento sabía que ella tenía que escribir, esa era su cruz y su salvación, su oficio al fin como reflejó en el ensayo al que da título: “Mi oficio es escribir, y yo lo conozco bien y desde hace mucho tiempo. Confío en que no se me entenderá mal: no sé nada sobre el valor de lo que puedo escribir. Sé que escribir es mi oficio”. El ejercicio de contención del ego en una profesión tan dada la profusión del mismo es antológico, tanto, que la incansable escritora lo acabó pagando en forma de ninguneos también antológicos como el que encarnan estas palabras del compañero de escritura Luigi Malerba, quien la describió como “la gallina pensativa: como no se le ocurre ni argumento ni ideas, ni título, se dedica a hacer memorias de infancia”.

Círculos antifascistas

Ginzburg nació en Palermo hace cien años, en la numerosa familia que crearon el prestigioso y maniático científico Giuseppe Levi (que no mandaba a sus hijos al colegio por miedo a las infecciones) y Lidia Tanzi. Con tres años se mudaron a Turín, donde la pequeña Levi creció en un ambiente un tanto endogámico, autosuficiente y lleno de anécdotas del que formaban parte también la élite cultural, científica y política de la época. Judía (pero laica) y antifascista, la familia fue siempre hostigada por las fuerzas fieles a Mussolini. En esos círculos revolucionarios y familiares apareció la figura de Leone Ginzburg, amigo de los hermanos Levi y que se convertiría en el primer marido de Natalia. Enseñaba ruso y lenguas eslavas en la universidad de Turín y sería fundador junto con Giulio Einaudi de la editorial que llevaba ese apellido. Cesare Pavese, el gran poeta y gran amigo también de Natalia Ginzburg se uniría después a la dirección del sello.

Un tiempo feliz

La militancia de Leone hace que lo confinen a la región de los Abruzos, donde eran encerrados los presos políticos. Natalia llega allí con sus dos hijos y tendrá allí un tercero. Fiel a su capacidad de adaptación, a su pasión por la vida y el destino recordará con cariño esa estancia allí, aunque el final fuera terrible. En 1943, tras la invasión de Sicilia por los aliados y la caída de Mussolini, Leone Ginzburg regresó a Roma, donde se reunió con su familia. Pocos días después fue arrestado por la Gestapo y torturado en la sección alemana de la prisión Regina Coeli, donde murió. La vida, la muerte, la escritura conforman un ciclo natural inexorable para Ginzburg que en su ensayo Invierno en los Abruzos señala: “Los sueños no se hacen nunca realidad y en cuanto los vemos rotos, comprendemos de repente que las mayores alegrías están fuera de la realidad. En cuanto vemos rotos nuestros sueños, nos consume la nostalgia por el tiempo en el que bullían dentro de nosotros. Nuestra suerte trascurre en ese alternar de esperanzas y nostalgias. Mi marido murió en Roma en la cárcel de Regina Coeli, pocos meses después de que dejáramos el pueblo. Ante el horror de la muerte solitaria (…) yo me pregunto si esto nos ocurrió a nosotros, a nosotros que comprábamos las naranjas en la tienda de Giro y nos paseábamos por la nieve. (..) Aquella fue la mejor época de mi vida y solo ahora que ha pasado para siempre, solo ahora, lo sé”. Al respecto de esa especie de contradicción o, mejor, de esa doble visión, en el ensayo que firma María Pardo Arenas en el libro Galería de los invisibles, (Xorki), se habla hermosamente de “visiones opuestas, aunque complementarias, de esa adhesión al devenir de la existencia”.

La vida con zapatos rotos

Tras la muerte de su marido, Ginzburg sigue trabajando principalmente para la editorial Einaudi en Roma. Sus padres se ocupan de sus hijos y ella es una mujer parcialmente liberada. Como siempre, las circunstancias vitales de la escritora se convierten en motivo de reflexión y creación. El ensayo Los zapatos rotos es revelador: “Yo pertenezco a una familia donde todos llevan zapatos fuertes y en buen estado. (…). Cuando vuelvo con mi familia, lanzan gritos de indignación y dolor al ver mis zapatos. Pero yo sé que también se puede vivir con zapatos rotos (…). Mis hijos viven con mi madre y hasta ahora no llevan los zapatos rotos. Pero ¿cómo serán de mayores? ¿Qué zapatos llevarán? ¿Qué camino elegirán para sus pasos? ¿Decidirán excluir de sus deseos todos aquello que es agradable pero innecesario o afirmarán que todas las cosas son necesarias y que el hombre tiene derecho a llevar en los pies zapatos fuertes y en buen estado”.

En la década de los 50 Ginzburg ha escrito un par de novelas cortas El camino que va a la ciudad y Y eso fue lo que pasó. Se había casado de nuevo en 1950 con Gabriele Baldini, director del Instituto Italiano de Cultura en Londres con quien tendrá dos hijos. La educación de los niños preocupó toda la vida a Natalia quien en su conocido ensayo Las pequeñas virtudes (publicado en España por Acantilado) sintetizó de forma magistral sus pensamientos, todo un tratado sobre la educación: “Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo de éxito, sino el deseo de ser y de saber. Sin embargo, casi siempre hacemos lo contrario”. Es un texto radical, sorprendente y fresco y algo parece sugerir que, si siguiéramos esa senda que tan precisamente delimita Ginzburg, probablemente nos iría mejor… no a uno ni a otro en particular; sino a todos.

Vida literaria, vida política

En las décadas siguientes Ginzburg se consagra a su pasión y a su vocación; la escritura. Son años de frenesí literario en el que confirma su desprejuiciado camino. Con la extrañamente autobiográfica Léxico familiar gana el prestigioso premio Strega y alcanza el reconocimiento que tan esquivo se había mostrado con el trabajo de la autora. En los 70 y 80 sigue ahondando en las reflexiones a partir de motivos y relaciones familiares en libros como Querido Miguel (1973), Familia (1977) o La ciudad y la casa (1984). Además de la novela, Ginzburg cultivó también con asiduidad el teatro a lo largo de su carrera.

Junto a la escritura, la vida política atrae a una cada vez más conocida e influyente Natalia Ginzburg que acabará siendo elegida en 1983 diputada al Parlamento por el Partido comunista italiano. Pero nunca descuidará su más fuerte compromiso que era con ella misma, con su vocación y con la pasión de la escritura: “Mi oficio es escribir historias, cosas inventadas o cosas que recuerdo de mi vida, pero, en cualquier caso, historias, cosas es las que no tiene nada que ver la cultura, sino solo la memoria y la fantasía. Este es mi oficio y lo haré hasta mi muerte”. Es decir hasta el 7 de octubre de 1991 en que murió en Roma dejando una de las obras más singulares de la literatura contemporánea que, sin duda, conviene recuperar.

(* Este texto iba a publicarse en el número 57 de la revista Filosofía Hoy, pero la empresa cerró y la revista no llegó a aparecer. La ilustración es de su director de arte, José María Ruiz, ‘Rubio’).

Léxico familiar: biografía en penumbra

lexico788426416001Lumen edita  Léxico familiar, un libro donde la memoria –esa que la autora reivindica como base a partir de la cual levantar historias– es la trama de un experimento literario: una biografía familiar donde uno es suprimido, recortado para que la silueta haga más expresivo al resto. A través de recuerdos, la autora hilvana la trama de una familia, de un tiempo y un país, mientras desliza su figura discretamente al fondo, en penumbra.

Primero está el idioma en el que nos criamos; luego las expresiones y palabras de la región que dan sabor a nuestro discurso, que nos identifican y con las que nos sentimos identificados y luego está el idioma privado, exclusivo de casa. Lo componen quizá expresiones mal dichas, usadas en un sentido distinto al común, repetidas hasta identificarse con un contexto, una situación… Esas que solo los de casa, ”los nuestros” entienden (y entendemos), esas que cobijan y calientan, esas son la patria. Natalia Ginzburg toma como esqueleto ese léxico familiar que da nombre al título de este libro editado por Lumen y a partir de él añade, yuxtapone, recuerda, recuerda…… Como ella misma dice en la nota previa: “Todos los lugares, hechos y personas que aparecen en este libro son reales. Nada es ficticio”. Lo que hace, sin embargo es cribar, eliminar todo lo que más tiene que ver con ella: “esta no es mi historia, sino la de mi familia”. Sí, lo es, la de una familia judía y antifascista en el Turín de las décadas de los 30 y los 50, la de una casa por la que pasan políticos, intelectuales, donde son acogidos conspiradores, perseguidos…… Pero también la de los capones, las broncas a la hora de las comidas, las complicidades entre hermanos y las risitas que acaban mal, la de la sorna paterna y la de los tremendos problemas de la infancia y la juventud que solo el tiempo demuestra que no lo eran tanto. Al curso de los acontecimientos que dictan retiros, viajes y exilios, el relato alberga las pequeñas y grandes preocupaciones de unos padres por unos hijos (y luego nietos) que crecen y hacen su camino indefectiblemente por fuera de las sendas que ellos hubieran imaginado y querido. ¿No es eso lo que pasa siempre? Por eso este diario, este álbum de recuerdos a contraluz que escribe Ginzburg poniendo el foco en todo lo de alrededor y dejándose a sí misma en penumbra posee diferentes lecturas; la de una extraña autobiografía, la de una crónica histórica, la de una novela con inolvidables personajes y sus características expresiones…… Facetas todas del magma literario híbrido, fluido, envolvente tan característico de la autora.

Publicado por

Pilar Gómez Rodríguez

Periodista cultural. Escribo sobre filosofía, literatura, arte, diseño arquitectura... Los libros casi siempre andan por ahí. Publico en digitales y medios impresos como La maleta de Portbou, Coolt, El Salto, Nueva Revista, La Marea... Colaboro con publicaciones como “Diseño interior”, “La aventura de la Historia” o “Descubrir el Arte”. Y soy escritora. Autora de tres obras publicadas: los libros de relatos "Siete paradas en el país de las sombras", en Edaf; "La carretera de los perros atropellados" en Xorki; y la novela "La otra vida de Egon", en Gadir. Me encontráis en letrasyfilo@gmail.com

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