David Hume

David Hume, naturalmente optimista

Buscaba la fama –lo decía abiertamente– e invocó a la posteridad desde su mismo epitafio. David Hume fue un pensador libre, valiente y generoso que vivió con la mirada puesta en el futuro.

“Siempre estuve predispuesto a ver el lado favorable y no el desfavorable de las cosas (…). Por cierto, ser naturalmente así, optimista, vale más que poseer un abultadísimo patrimonio”, afirmaba el escocés David Hume en su mínimo recorrido autobiográfico; unas diez páginas que ofrecen las claves de su vida, su obra y algo más; muestran una de las figuras menos engoladas y más generosas y modernas de la historia de la filosofía.

Nacido en 1711 en Edimburgo, ya de niño sintió la presión familiar que le inclinaba hacia el estudio de las leyes, y en verdad su actitud alimentaba esas esperanzas, pero… “Mi disposición natural al estudio, mi sobriedad de costumbres y mi empeño alentaron a que mi familia se hiciera a la idea de que las leyes eran una profesión adecuada para mí. Pero yo descubrí una aversión insuperable a todo lo que no fuera el estudio de la filosofía y del conocimiento. Mientras mis familiares estaban convencidos de que me dedicaba al estudio de los legalistas Voet y Vinnius, yo devoraba secretamente a Cicerón y a Virgilio”. De empeño habla en esa cita David Hume; fue su fiel compañero a lo largo de su vida. Y ¿en qué se empeñaba el inquieto escocés? Quería conocer, viajar, escribir, y alcanzar cierto grado de notoriedad, lo que consiguió tras muchos reveses… gracias a su empeño.

En uno de sus primeros viajes, durante una estancia en Francia, completó en La Flêche su trascendental Tratado de la naturaleza humana. No tenía aún 30 años y en su libro se atrevía a cuestionar no solo la existencia de Dios sino del mundo que nos rodea y hasta de uno mismo. Un exceso que no encontró ningún eco, para frustración del autor. Se dedicó entonces a escribir sobre temas que el gran público pudiera entender, sobre lo que pudieran al menos opinar. Surgieron así los Ensayos morales, donde la inteligencia y el desparpajo de Hume se mezclaban con ciertas dosis de provocación a la hora de exponer sus ideas sobre casi todo. El marques de Annandale se fija en él y lo busca como tutor. Tras esta experiencia, Hume ahonda en su propósito de viajar y se une al general Sinclair en una expedición por la costa francesa. En ese momento comienza a pensar la posibilidad de escribir una historia de Inglaterra, pero mientras se enfrasca en ese ambicioso proyecto literario, de vuelta a tierra firme lo que hace es reescribir su primer libro, convencido de que su fracaso se había debido “más a una cuestión de forma que de fondo”. La nueva edición del Tratado, unido a otros libros sobre política o moral le reportan, al menos, malas críticas. Acusaciones de ateísmo y herejía le apartan de la docencia en de la universidad, pero no le alejan de ella: en 1752 «la facultad de derecho me eligió como bibliotecario, un empleo por el que recibía escasos o nulos emolumentos, pero que puso bajo mi mando una gran biblioteca». De nuevo un Hume a favor de lo que la vida iba disponiendo para él, aprovecha su nuevo cargo para escribir la primera parte de la Historia de Inglaterra, que de nuevo se encontró con una triste acogida. Inquebrantable al desaliento trabaja en la segunda cuando recibe una sorprendente invitación de la embajada de París para ejercer allí como secretario. La acepta para comprobar en la capital francesa la verdad de ese tópico que afirma que nadie es profeta en su tierra. En efecto, allí las autoridades, la nobleza, lo mejor de la sociedad y del pensamiento le acogen con todo tipo de honores. Enriquecido y afamado vuelve a su país “a disfrutar de mis ganancias y a buscar el aumento de mi reputación intelectual”. Revisa su obra, corrige, publica nuevos ensayos, atiende a sus amigos, desprecia a sus enemigos… En 1775 un leve malestar en los riñones se transforma enfermedad incurable, según escribe en su relato autobiográfico: “no obstante, nunca ha decaído mi ánimo”. Eficaz para la vida, en la enfermedad y en la muerte, se despidió de su amigo Adam Smith tres días antes de morir el 25 de agosto de 1776 con un “Adieu, etcétera”. El epitafio de su tumba en el cementerio de Edimburgo también lleva el personalísimo sello de la casa, un guiño al futuro, a la libertad, abierto a la sorpresa y cerrado frente a cualquier intención doctrinaria condensado en una frase: “Nacido en 1711. Muerto en 1776. Que la posteridad añada el resto”.

SU VIDA, EN POCAS PALABRAS. GRACIAS.

Una de las cosas que nunca se agradecerán lo suficiente tanto a Hume, como en general, es el hecho de no querer ser pesado (y no serlo). Así comienza la brevísima autobiografía que Hume, pocos meses antes de morir, firmó el 18 de abril de 1776. “Es difícil que un hombre hable mucho de sí mismo sin incurrir en vanidad, así que seré breve”. Lo cumple; apenas diez páginas. De ese relato proceden las citas de este texto.

"Ensayos morales, políticos y literarios", David Hume, Trotta Editorial.
«Ensayos morales, políticos y literarios», David Hume, Trotta Editorial.

HUME, EL DIVULGADOR

Durante toda su vida Hume escribió y lo hizo sobre casi todos los temas; el amor y el matrimonio, la inmortalidad del alma, el suicidio… De hecho escribió un ensayo titulado De escribir ensayos. Justo en ese manifiesta sus propósitos: “entretener al público” y mediar entre los sabios, acercando ambos mundo, pues “la separación entre el mundo erudito y el mundo conversador parece haber sido el gran defecto de la última época”. Uno de los libros más completos que reúne la producción de Hume en este género es Ensayos morales, políticos y literario, de Trotta, con las 39 piezas que publicó en vida, más diez retiradas o inéditas.

ALGUNAS IDEAS CLAVE
Heredero de las teorías de Berkeley y Locke, Hume radicaliza el empirismo, según el cual todo conocimiento deriva de la experiencia sensible, y lo lleva hasta el escepticismo más radical. Estas son algunas nociones básicas de su pensamiento:

Impresiones vs ideas. Ambas son percepciones, pero mientras que las primeras llegan a través de los sentidos, las ideas proceden de las impresiones. Proporcionan conocimiento de dos tipos: de las ideas y sus relaciones; y de las experiencias, de los hechos, si está basado en las impresiones.

Escepticismo. Hume defiende un conocimiento basado en las impresiones, un fenomenismo que dice que la experiencia es el límite del conocimiento. Más allá, extiende una actitud escéptica que llega a dudar incluso de la idea de yo. Como expone en el Tratado: “Si hubiera alguna impresión que diera origen a la idea del yo, habría de permanecer invariable a través de nuestra vida. Sin embargo no hay impresiones constantes e invariables. Dolor y placer, tristeza y alegría, pasiones y sensaciones se suceden unas a otras y no existen al mismo tiempos. Luego la idea del yo no puede derivarse de ellas. En consecuencia, no existe tal idea”.

Causalidad. Hume no se cree lo de las leyes causa-efecto y sostiene que esta idea de conexión necesaria no es verdadera porque no procede de impresión alguna. Él prefiere hablar de sucesión constante entre fenómenos que no tiene por qué ser necesaria. Eso sí, reconoce que esa sucesión llega a configurar hábitos y creencias y que estas son herramientas de gran utilidad a la hora de andarse por la vida.

Emotivismo. Al negar el conocimiento intelectual, Hume niega también que el ser humano distinga desde ese punto de vista entre conductas morales e inmorales. ¿Desde qué punto de vista entonces puede existir un juicio moral? Desde los sentimientos que los hechos suscitan en las personas, desde su aprobación o rechazo, pero no desde el objeto o el hecho en sí mismo.

Organización social. El ser humano es social por naturaleza. Hume no ve pactos o contratos sociales que justifiquen la organización social más allá de su posible utilidad a la hora de lograr mayor felicidad para el mayor número, eslogan que luego acuñarán los utilitaristas oficiales Jeremy Bentham y Stuart Mill, sobre los que la ética de Hume ejerció una poderosa influencia.

(Este artículo apareció en el número 214 de la revista La Aventura de la Historia). 

Publicado por

Pilar Gómez Rodríguez

Periodista cultural. Escribo sobre filosofía, literatura, arte, diseño arquitectura... Los libros casi siempre andan por ahí. Publico en digitales y medios impresos como La maleta de Portbou, Coolt, El Salto, Nueva Revista, La Marea... Colaboro con publicaciones como “Diseño interior”, “La aventura de la Historia” o “Descubrir el Arte”. Y soy escritora. Autora de tres obras publicadas: los libros de relatos "Siete paradas en el país de las sombras", en Edaf; "La carretera de los perros atropellados" en Xorki; y la novela "La otra vida de Egon", en Gadir. Me encontráis en letrasyfilo@gmail.com

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