Franz Kafka

Franz, un tipo (casi) normal

Afirmar que Kafka no era kafkiano se ha vuelto en los últimos tiempos tan común como lo contrario, afirmar que sí lo era. Una variante que suele acercar ambas posturas consiste en agarrarse a diversas patologías, neurosis o trastornos para explicar su vida y su obra. Y lo fantástico es querer y poder seguir buscando, elaborando y extrayendo más hipótesis de ese pozo inagotable, profundo, misterioso…

La kafkología, incluso la mejor se ha vuelto especialidad y los kafkólogos, legión. Hay que seguir rascando. Pero a veces sucede que unos se rascan a otros en vez de volver los ojos a los textos originales, que en el caso del checo no son demasiados, pero tampoco son escasos, especialmente en lo que se refiere a la llamada literatura secundaria, tan frecuentemente decisiva a la hora de iluminar la principal. Las cartas que Kafka dirigió y exigió incesablemente a todo aquel que se relacionaba con él, las que se escribieron sobre él sus contactos, reflejan una personalidad que en ocasiones ha sido desterrada o silenciada porque no conviene a los estudios ni a los estudiosos; es la de Franz como un tipo normal. O casi. Si hubiera sido un ser tan atormentado, tan torturado y torturante, tan desesperado, tan afligido, tan atribulado… Algo tendrían que saber y decir sus novias al respecto. Y sin embargo…

Kafka quiere que le escriban

No se conservan las réplicas de Felice Bauer a las cartas de Kafka. Solo se adivina lo que este pudo escribirle porque  es un comentarista minucioso de todo aquello que lee o cree leer en las cartas que le llegan. Y es cuestionable el interés que pudieran tener las cartas de aquella mujer, empleada de una empresa de gramófonos en Berlín, cuya afinidad con Kafka resulta sorprendente. Existe otro inconveniente, la sombra del compromiso, de una supuesta e inalcanzable boda falsea el amor mismo, la correspondencia entera. La analogía es pertinente: la historia entre Kakfa y Bauer no es una historia de amor entre un hombre y una mujer, sino la de un hombre por las cartas. Esa extraña manera de amar (y ser amado) Kafka la trasladará al resto de sus mujeres, a las relaciones que vendrían. Era así o nada. Y fue nada.

Que el amor de Kafka era, sobre todo, el amor por las cartas lo justifica el hecho de que en cada una de ellas dedica un porcentaje, variable, pero siempre considerable a hablar de la correspondencia en sí; describe cómo es su humor cuando las escribe, el entorno físico, explica cuándo las manda, cuándo las recibe, lo que significa para él, el número que le considera adecuado, la frecuencia óptima, lo desastroso (por imprevisible) del servicio de Correos viendo en él extrañas conspiraciones… Siempre están en sus pensamientos, casi siempre es sus líneas y en ocasiones en sus sueños. En la carta del 17 de noviembre de 1912 escribe a Felice: “Anteayer soñé contigo por segunda vez”. Y no es verdad, en realidad soñó con sus cartas como explica a continuación: “Un cartero me traía dos cartas certificadas tuyas y, una en cada mano, me las tendía (…). ¡Dios mío eran cartas mágicas! Ya podía sacar de los sobres cuantas cuartillas quisiera, los sobres no se vaciaban!”. En los términos kafkianos que defiende este artículo, un sueño erótico en toda regla.

“Más afecto del que merezco”

Si se abre al azar cualquier recopilación de las “Cartas a Felice”, allá aparecerán, preferiblemente nada más empezar a leer, las líneas que, sea en forma de minucioso análisis o de profundo relato de emociones se dedican invariablemente a las propias cartas. Ciertamente se puede hablar en términos de adicción, que ya lo hace el mismo Kafka para lamentarse – “qué difícil resulta desacostumbrarse a las dos cartas diarias”–, pero mientras no se le invente un nombre a esa afección desaforada por las cartas, se tendrá que seguir contando al checo, más que entre los pacientes de no sabe qué trastorno obsesivo, entre los enamorados de toda la vida que quieren saber a cada instante qué hace, dice, habla o si respira su enamorada. Necesita que le escriban y se lo cuenten (¿es raro doctor?) Por si fuera poco, conoce su extraño mal y lo escribe y así se despide de Felice en una de sus cartas: “Necesito más afecto del que merezco”. Eso era todo.

 Un Kafka desconocido

Por lo demás, Franz, ese tipo casi normal que también fue, le explica a Felice cómo en una de sus lecturas ha tenido casi gritar para que le oyera el público: “Desde luego les he vociferado de lo lindo, la música que venía de los salones contiguos pareciendo querer ahorrarme la molestia de leer, ni más ni menos que la reduje a la nada con mis voces. Ya sabes, mangonear a la gente, o al menos creer que se les mangonea; no hay mayor bienestar para el cuerpo”.

Kafka, enamorado más que trastornado, se cambia fotos con su novia y se pavonea o se burla un poco de sí mismo hablando del traje que lleva en una de ellas: “Con él he causado sensación en (…) los teatros berlineses, y en las primeras filas de las salas de conciertos, y con él me he pasado durmiendo o adormilado noches enteras en los asientos de los vagones del ferrocarril. Mi traje envejece conmigo”. Ese es Franz, también, un tipo casi normal, pero casi. No se puede despedir con un beso, no, ni decir «te quiero». Escribe a Felice un domingo de noviembre: “Pero basta ya de palabras, ahora solo besos, una cantidad especialmente grande por mil razones, porque es domingo, porque ya ha pasado la fiesta, porque hace buen tiempo, o quizás porque hace malo, porque escribo mal y porque es de esperar que escriba mejor, porque sé tan poco de ti y solo a través de los besos se consigue aprender algo serio, y porque, a fin de cuentas, estás completamente dormida y no puedes defenderte”.

Un hombre bueno

«Cartas a Milena», de Franz Kafka, editado por Alianza.

A Milena Jesenská, con quien no solo compartía pasión amorosa, sino la pasión por los libros, le escribió una de las más bellas declaraciones de amor: “Como yo te quiero (y te quiero –qué difícil te resulta entenderlo-, como ama el mar un diminuto guijarro que tiene en el fondo, exactamente así te anega mi amor; y que yo sea para ti ese guijarro, si lo permiten los cielos), quiero al mundo entero, y a él pertenece también tu hombro izquierdo, no, era primero el derecho y por eso lo cubro de besos cuando me apetece (y si tú tienes la bondad de retirar un poco la blusa), y a él pertenece también el hombro izquierdo y tu rostro sobre el mío en el bosque y tu rostro bajo el mío en el bosque y el descansar junto a tu pecho casi descubierto”. Tampoco de Milena se conservan las respuestas a las cartas de Kafka. Se conservan las que ella dirigió a Max Brod y sobre todo la necrológica que escribió tras su muerte. Guardan relación. Milena le escribe a Brod al principio para saber cómo está en realidad Kafka porque “en el fondo, esa buenísima persona se encuentra estupendamente y está, por así decirlo, sanísimo y tranquilísimo, etcétera”. Con el tiempo, ella aprende a conocerlo tan bien o mejor que su amigo y editor. Y emite su diagnóstico con palabra certeras y estremecedoras: “Una persona rápida escribiendo a máquina y otra con cuatro queridas son para él algo tan incomprensible (…), incomprensible porque tiene vida. Pero Frank no sabe vivir. Frank no recobrará nunca la salud. Frank morirá pronto”. Cuatro años después de que Milena escribiera su predicción. En la necrológica, aquella que lo había conocido y amado decía de él que era “tímido medroso, dulce y bueno”. “Bueno… ” ¿No es un adjetivo sorpresa entre los que habitualmente soporta el escritor? Pero quizá no debiera resultar tan extraño. La última compañera de Kafka, Dora Diamant, relata una anécdota que revela al buen tipo que debió ser. Encontraron a una niña que lloraba en el parque y se acercaron a ver qué pasaba. Había perdido su muñeca. Kafka se inventó que la muñeca no se había perdido sino que se había ido de viaje y que lo sabía porque le había escrito una carta. Ya en casa Kafka acometió la escritura de aquella carta con la misma tensión que se exigía en todos sus textos. Al día siguiente leyó la carta a la niña. Vinieron más y más cartas hasta que la niña olvidó a su muñeca y solo quería saber cómo continuaba la historia. Kafka le dio fin del modo más kafkiano posible: la muñeca se casó, la historia se acabó.

Siempre de buen humor

«Cuando Kafka vino hacia mí…» (editado por Acantilado) recopila impresiones de quienes conocieron y trataron al escritor checo.

No acaba ahí el hombre nuevo que descubre Diamant, quien afirma en la recopilación editada por Acantilado, que Kafka “carecía por completo de sentido de la solemnidad. Tenía, por lo general una manera muy viva de hablar y le gustaba hacerlo (…). No hablaba tanto con las manos como con los dedos. A menudo nos divertía proyectar sombras en la pared con las manos para lo que él poseía una habilidad extraordinaria. Kafka estaba siempre de buen humor. Le gustaba jugar. Era un compañero de juegos nato, siempre dispuesto a cualquier broma. No creo que las depresiones fueran su característica más acusada”. Parlanchín, juguetón, tierno… No hicieron fortuna los adjetivos que dieron a Kafka aquellos que le conocieron. ¿Por qué? ¿Por qué se prefirió para él un relato en negro, una imagen sombría, el recuerdo de un ser torturado? La posteridad es caprichosa, pero no estaría de más, de vez en cuando y para variar, revisar algunos de sus lugares (comunes) para añadir adjetivos que ni siquiera han de ser propios; solo basta con leerlos y añadirlos al habitual mejunje. Y ver qué pasa. De la mezcla emerge en este caso una figura que no por sonreír deja a un lado el misterio. Más bien al contrario, lo alimenta, lo apacigua, lo redondea.

Publicado por

Pilar Gómez Rodríguez

Periodista cultural. Escribo sobre filosofía, literatura, arte, diseño arquitectura... Los libros casi siempre andan por ahí. Publico en digitales y medios impresos como La maleta de Portbou, Coolt, El Salto, Nueva Revista, La Marea... Colaboro con publicaciones como “Diseño interior”, “La aventura de la Historia” o “Descubrir el Arte”. Y soy escritora. Autora de tres obras publicadas: los libros de relatos "Siete paradas en el país de las sombras", en Edaf; "La carretera de los perros atropellados" en Xorki; y la novela "La otra vida de Egon", en Gadir. Me encontráis en letrasyfilo@gmail.com

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