Bajo las escaleras de la guardería con mi hija. De repente, sus ojos casi nuevos que, en teoría, no saben mucho porque no han visto nada, se fijan en una goma de pelo en el suelo.
Es de color rosa y aglutina todo tipo de brillitos, cuentas, lacitos y accesorios que componen la imaginería de lo cursi. La niña tira de mi brazo, intentando llamar la atención y señalando la goma. Yo, con mi mirada de vieja de ojos que algo ya saben porque han visto mucho, le digo de forma rutinaria: «una goma, sí, se le debe haber caído a una niña». Ella me mira subiendo las cejas, inclinando la cabeza rápidamente en un característico gesto, y dice: «o a un niño», apostilla. Me detengo, la beso. Terminamos de bajar las escaleras.