Spinoza: la herejía perpetua

Borges le dedicó hermosos versos, Freud confesó la dependencia de sus enseñanzas, Goethe que había obrado maravillas en él y Hegel que “para ser filósofo, primero hay que ser spinozista”. Son numerosos los ejemplos que hablan del predicamento que las enseñanzas del pensador holandés Baruch de Spinoza ganaron a lo largo de los años. Lo tuvieron al principio un selecto y mínimo círculo de seguidores a quienes maravillaba con su sorprendente razonamiento, sus inusuales ideas y sus modernas insinuaciones. 340 años después de su muerte, los siglos, el conocimiento y la extensión de su legado siguen incorporando audiencia y entusiasmo a la comunidad spinozista.

Baruch (o Baruj o Bento o Benedictus) de Spinoza nació en 1632 en una próspera familia judía asentada en Amsterdam de orígenes portugueses o españoles, según sostuvo Salvador de Madariaga, quien defendía que Spinoza lo era de los Monteros, Burgos. Más allá de la anécdota, lo que es cierto es que el misterio será un fiel compañero de vida para el holandés, lo que lo ha convertido en personaje querido por la ficción en libros como El enigma Spinoza, de Irvin D. Yalom o La filosofía en invierno de Menéndez Salmón.

Saul y David, Rembrandt (1655-1660).

El suyo fue un tiempo fascinante; el siglo XVII de Galileo, Bacon, Descartes, Hobbes, Leibniz, de Vermeer y de Rembrandt, con quien compartía también la ciudad de Amsterdam. Vivía, de hecho, muy cerca de él y era aficionado al dibujo, por lo que algunos historiadores sostienen que se conocían y que la obra Saúl y David encierra un retrato de Spinoza.

Su destino parecía ser seguir los pasos de su padre, dedicado al comercio de azúcar y especias. Pero se trastocó con la muerte, en 1954, de Miguel de Spinoza, y la pérdida del cargamento de varios barcos, lo que minó la prosperidad familiar. Ciertamente liberado, el joven Baruch se inclina por frecuentar, en vez de la sinagoga, la escuela de Van den Enden, un jesuita admirador de la antigüedad clásica, defensor de la libertad, la democracia… donde además aprende latín de la mano de su hija Clara María, lo que hizo aumentar el recelo de la comunidad judía. Y no solo el recelo, Spinoza sufre un intento de asesinato por un compañero de sinagoga que le atacó por la espalda. Spinoza guardaría la capa toda su vida la capa que le salvó quizá como recordatorio gráfico del lema que adoptó: “caute”.

Todos contra Spinoza

El luthier de Delft, de Ramón Andrés, publicado por Acantilado.

La tensión acaba en excomunión. Tant mieux: a Spinoza solo parece interesarle elaborar elaborar un pensamiento propio que expresa en ideas contundentes: “nadie está obligado a vivir según el criterio de otros, sino que cada cual es el garante de su propia libertad”. Perfecto para ser odiado: “Las acusaciones de ateísmo recaían una y otra vez sobre él: los católicos lo maldecían, los protestantes lo vituperaban y los miembros de su propia comunidad judía, que abandonó por hastío y desacuerdo, lo odiaban”, escribe Ramón Andrés en el ensayo El luthier de Delft, publicado por Acantilado. Y acaban expulsándolo con palabras airadas.

Ante el nuevo panorama, Spinoza se muda a Rijnsburg, un pueblo cercano a Leyden y se busca la vida, es decir, un oficio: pule lentes para telescopios, microscopios y otros artilugios ópticos. Una profesión que le iba bien a su carácter paciente y reflexivo, pero mal a su salud aquejada por dolencias respiratorias. En cuanto a la vida intelectual, Spinoza estudia a fondo allí las tesis cartesianas. Las estudia para luego criticarlas, completarlas y superarlas, recogiéndolas en su obra Principios de la filosofía de Descartes, una de las pocas que pudo ver publicada. Fue en 1663, un año en el que, siempre ligero de equipaje, se traslada a Voorburg.

Escándalo y huída

Solo con un círculo reducido de amistades, Spinoza se muestra dispuesto a intercambiar sus ideas. Más que por él, por los demás, seguro de que tenerlo entre sus contactos solo les acarreará problemas. Porque ¿qué es eso de que el mal no existe? ¿Entonces el castigo? ¿A qué tanta libertad?¿Que el alma tampoco existe? Las nociones suenan tan marcianas para sus contemporáneos que cada vez son más las voces que claman contra Spinoza. La publicación del Tratado teológico-político en 1670 parece darles la razón: allí se plasman esas ideas locas, excéntricas y… peligrosas. El libro ha aparecido en otra ciudad y con otro nombre, pero está claro quien es el autor, de modo que comienza la persecución de Spinoza. Es hora de marchar. Spinoza llega a La Haya extremando las precauciones. Cuenta, al menos con la protección de Jan de Witt, de quien se dice que lo admiraba y que guardaba un ejemplar del Tractatus. Pero dos años más tarde, en 1672, el ejército de Luis XIV invade territorio holandés con el apoyo de los orangistas. Los liberales hermanos De Witt son acuchillados y descuartizados públicamente. En ese momento Spinoza puede huir, aceptar la cátedra que le ofrece en Heidelberg J. L. Fabritius… Allí podría gozar de la libertad de filosofar siempre que “no abusara de ella para perturbar la religión públicamente establecida”. A Spinoza le debió hacer gracia la apostilla: a él proscrito en todas las religiones por pensar, escribir y hablar con libertad irreductible.

Cautela hasta la muerte

Hacia el final de su corta vida, Spinoza sigue haciendo lo que ha hecho siempre: reflexionar, escribir, soportar la presión de una sociedad enrarecida por la vuelta de los orangistas y lidiar con sus dolencias pulmonares. A la postre estas fueron las letales. Spinoza muere de una tuberculosis en febrero de 1677. En su habitación deja textos esenciales para el devenir de la historia de la filosofía occidental, como Ética demostrada según el orden geométrico y Tratado político. Si la muerte no acabó con su obra, conocida de forma póstuma en su mayoría, tampoco con los misterios de su vida. Enterrado en la Iglesia Nueva de La Haya, los restos, bien porque fueron robados o porque su familia dejó de pagar, no están allí. No se sabe si están bajo la lápida del jardín donde, a modo de epitafio, se puede leer un inquietante y último “caute”.

Condenado por defender que…

El mal no existe. O más exactamente, que el mal es lo no existente, un negativo del bien. Para Spinoza ambas cosas se miden respecto a su utilidad, entendida esta como la persistencia en el ser. En la Correspondencia completa de Spinoza publicada por Hiperión, Juan Domingo Sánchez Estop ofrece una explicación gráfica: “el pez chico no es peor que el grande, pero será para él malo ser débil y ser devorado por el grande”.

Dios o naturaleza. Si el máximo bien es todo lo que existe, Dios debe ser el conjunto de todo lo existente, potencia pura, infinita. En la Ética se le define como “un ser absolutamente infinito, esto es, una sustancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita”. El Dios sive Natura, (Dios o naturaleza), es la marca definitoria (también reduccionista) del pensamiento spinozista, la que le procurará a través de los siglos los adjetivos de panteísta y ateo. Su concepción de Dios no implica, además, ni valoración moral ni voluntad: a la supuesta “voluntad divina” Spinoza la denomina “asilo de la ignorancia”.

El alma es una idea. “Existe en la cosa pensante y procede de la existencia de una cosa que existe en la naturaleza”. Vamos, que es una invención y que si no hay un cuerpo que piense en ella no tiene nada que hacer. Se trata de algo radicalmente opuesto a la corriente dominante de la época donde predominaba el dualismo cartesiano que separaba cuerpo y alma.

El deseo es la esencia del ser humano. Aunque no en el sentido que hoy damos a deseo. El deseo de Spinoza es el impulso o fuera vital consciente, lo que nos ayuda a perseverar en el ser y a seguir existiendo.

El Estado y el engaño de la religión. Muy crítico con su época escribió que “el gran secreto del régimen monárquico y su máximo interés consiste en mantener engañados a los hombres y en disfrazar, bajo el nombre de religión, el miedo con el que se los quiere controlar para que luchen por su esclavitud como si se tratara de su salvación”.

 Libertad no es voluntad. Es conocer las necesidades de la naturaleza, sabiendo las razones por las que se actúa en vez de hacerlo por causas externas. Y da un ejemplo muy gráfico, el de una piedra que es lanzada y si pudiera pensar, igual pensaba que su movimientos es libre… “Esta es la famosa libertad humana que todos se jactan de tener y que solo consiste en que los hombres son conscientes de sus apetitos e ignorantes de las causas”.

(Este texto apareció, con ligeras modificaciones, en el número 221 de la revista La Aventura de la Historia).

 

 

 

 

Publicado por

Pilar Gómez Rodríguez

Periodista cultural. Escribo sobre filosofía, literatura, arte, diseño arquitectura... Los libros casi siempre andan por ahí. Publico en digitales y medios impresos como La maleta de Portbou, Coolt, El Salto, Nueva Revista, La Marea... Colaboro con publicaciones como “Diseño interior”, “La aventura de la Historia” o “Descubrir el Arte”. Y soy escritora. Autora de tres obras publicadas: los libros de relatos "Siete paradas en el país de las sombras", en Edaf; "La carretera de los perros atropellados" en Xorki; y la novela "La otra vida de Egon", en Gadir. Me encontráis en letrasyfilo@gmail.com

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *