Las palabras que siguen corresponden al segundo prólogo, escrito en 1976, del libro de Jean Améry Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia, publicado por Pre-textos. Ese libro –donde, en palabras de su autor, “se describe cómo se sufre la violencia, eso es todo” – había aparecido diez años antes con las reflexiones de este intelectual austriaco, torturado por los nazis e internado en el campo de exterminio de Auschwitz. Se suicidó, tras algún intento fallido, en 1978. Pero el título no hace referencia a ese intento, sino a su indignación e incredulidad en la década de los 70 ante quienes reivindicaban o practicaban la violencia en contra de una democracia que acusaban de “formal”.

“Me preocupa que la juventud alemana
–aquella ilustrable, esencialmente generosa y amante de la utopía, por tanto, la de izquierda– no se deslice inopinadamente hacia quienes son tanto sus enemigos como los míos. Estos jóvenes hablan con demasiada ligereza de ‘fascismo’. Y no reparan en que así solo consiguen imponer a la realidad retículos ideológicos de escasa fineza cognoscitiva. No se percatan de que la realidad de la República Federal Alemana oculta en su seno bastantes injusticias ciertamente escandalosas (…) necesitada de perentorios mejoramiento, pero que no por eso es fascista.
La República Federal Alemana se encuentra seriamente amenazada como organismo estatal basado en principios liberales, así como lo están en cualquier instante todas las democracias: este es su riesgo, su peligro, pero también su honor. Nadie mejor que quienes en su tiempo presenciaron el ocaso de la libertad alemana saben cuán necesario es mantener una actitud vigilante. Pero los cronistas de la época saben también que la vigilancia no debe convertirse bruscamente en una disposición de ánimo paranoica que en última instancia favorece solo a quienes con sus gruesas manos de carnicero querrían estrangular las libertades democráticas (…).
Doy la señal de alarma. Jamás me lo habría imaginado, cuando en 1966 apareció la primera edición de mi libro y solo tenía como adversarios aquellos que son mis enemigos naturales: los nazis viejos y nuevos, los irracionalistas y los fascistas, la ralea reaccionaria que en 1939 había conducido al mundo a la muerte. Que hoy tenga que enfrentarme a mis amigos naturales, a las muchachas y muchachos de izquierda, es un hecho que supera ya la gastada ‘dialéctica’. Es una de aquellas pésimas farsas de la historia universal que nos hacen dudar y en última instancia desesperar del sentido de los acontecimientos históricos”.